|  

¿Quién legitimó la Inteligencia Artificial?

Lautaro Peñaflor Zangara

Vamos a retomar el análisis que iniciamos hace algunas semanas en este espacio, vinculado con las implicancias de la Inteligencia Artificial (IA). En principio, un axioma: su llegada es inevitable y, de máxima, podemos debatir el ritmo y las condiciones de su implicación con todos los aspectos de nuestra vida cotidiana.

Realizada esta aclaración, hoy hablaremos acerca del poder. Yuval Noah Harari, historiador israelí, fue temerario esta semana. Advirtió que no sabe “si los humanos podrán sobrevivir a la Inteligencia Artificial”. Considera que, por primera vez, se ha inventado algo que nos quita poder y que “está sucediendo tan rápido que la mayoría de la gente ni siquiera entiende lo que está pasando”.

Harari tiene una perspectiva crítica acerca del estado de cosas y escribe desde tal punto de vista que, obviamente, puede ser matizado. Sin embargo, aporta elementos interesantes para pensar las IA: expresa que esta nueva generación no se limita a difundir contenidos, sino que puede producirlos. Al crear historias, puede apoderarse de la cultura y manipular el discurso público, clave para los sistemas democráticos.

Los desarrollos a los que estamos asistiendo están mediados por poderes corporativos, que no son neutrales y que dejan pequeños a la inmensa mayoría de los Estados Naciones, que ven dificultosa la tarea de adaptarse al capitalismo digital, sin lograr repensarse. Entonces, existe una potencial cesión de soberanía.

Si agregamos al razonamiento la carta pública emitida por empresarios tecnológicos semanas atrás, pidiendo retrasar los ensayos con IA por seis meses, para adaptar las legislaciones y los aparatos jurídicos, nos encontramos con que podemos interpretarla a contrario sensu: en realidad, se emplazó a los sistemas democráticos con medio año.

Decidieron emitir una misiva abierta que están firmando las pocas corporaciones con capacidad de producir Inteligencia Artificial a gran escala. Es decir que, si únicamente buscaban atrasar sus proyectos, hubiese bastado con ponerse de acuerdo entre ellos. La nota pública, evidentemente, tuvo otra finalidad.

En esta situación, de mínima, hay algo antidemocrático en que decisiones de este peso para la historia de la civilización sean impuestas por poderes fácticos. Siempre el devenir ha sido incontrolable, pero en este punto de la historia del capitalismo, los nombres y apellidos -o sus marcas- surgen con total claridad.

¿Quiénes y de qué maneras legitiman el avance de las IA en nuestras vidas cotidianas? ¿Qué pueden hacer los gobiernos, si es que pueden hacer algo, ante estas escaladas más rápidas y empinadas de lo que se imaginaba? ¿De qué formas impactarán en la circulación de poder y el abordaje crítico de la realidad?

Aunque hay decisiones que no podrían, teóricamente, delegarse a líderes de corporaciones tecnológicas que no fueron legitimados por ninguna forma de voluntad popular, tampoco podemos decir que es la primera vez que sucede. Sí, probablemente, la que opaca de mayor manera a los Estados.

A través de una imposición sin mayor debate acerca de qué valor social o colectivo conllevan las IA, parece que a los países no les quedará mayor opción que adoptarlas. Si “gobernar” significa conducir, ejercer la dirección, es válido preguntar quién gobierna entonces.

El asunto es más complejo que la distópica idea de que gobierne un robot: la dirección de nuestras vidas personales, de nuestros empleos, de nuestras finanzas, de nuestros momentos de recreación estarán cada vez más regidas por creaciones que sólo le son rentables a un puñado de corporaciones gigantes.

Eso sí, la foto del Papa Francisco con una campera enorme quedó genial.

Categorías