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¿Qué hay atrás de las inundaciones?

Lautaro Peñaflor Zangara

Las inundaciones en Rio Grande do Sul, Brasil, provocaron cientos de muertes, desaparecidos y pérdidas millonarias, en todos los sentidos. A menor escala, las lluvias llegaron a Entre Ríos y a Misiones, donde también hubo evacuaciones. Sin embargo, como solemos reparar en este espacio, el tema no ocupó la centralidad de ningún servicio noticioso hegemónico.

En los espacios donde sí se habló, el tiempo fue breve y el análisis poco profundo: lamentos por lo sucedido y poco más. En este tiempo, como característica notable, agachamos la cabeza y avanzamos. ¿Hasta cuándo? A esta altura, es difícil saberlo.

El colapso ambiental ya no es una amenaza imaginaria y lejana. Por el contrario, es concreta y está sucediendo. Tiene, además de consecuencias, distintas causas en las que es relevante reparar.

No existe forma de aislar lo que está sucediendo de la cuestión agraria brasileña (que comparte rasgos con lo que sucede en Argentina). En 2023 hubo en Brasil precipitaciones por encima de lo normal, entre un 40 y un 50% más. El lugar se fue volviendo inhabitable, sobre todo, para las personas que viven con mayores condiciones de vulnerabilidad, debiendo desplazarse o incluso quedar sin hogar.

Río Grande do Sul es uno de los mayores productores de cereal del país. Además, cuenta con la mayor red hidrográfica brasileña. El aumento de represas en la Amazonía amenaza permanentemente el flujo natural de los ríos y altera los ciclos naturales. Los suelos, por otra parte, están impermeabilizados, no absorben, por el permanente uso extractivo de las tierras.

La legislación ambiental ha ido flexibilizándose (atención en este punto, en tiempos de Ley Bases) permitiendo el uso de nuevas represas en áreas que debían ser de preservación permanente. Una vez más, la naturaleza al servicio de los negocios, sin traer beneficios para las mayorías, que sufren las consecuencias del desastre.

No podemos soslayar el aumento de la temperatura del planeta y la deforestación irracional de la Amazonia que entre enero de 2020 y 2021, es decir hace ya tres años, perdió 8.712 kilómetros cuadrados de selva. ¿Pueden dimensionar esa extensión?

Cuando sustituimos la biodiversidad por cultivos y por campos de soja, en realidad estamos provocando un proceso de degradación ambiental que tiene sus consecuencias. Luego de décadas de escasa reflexión, la secuencia está acelerada y sus efectos son visibles.

Solía decirse que la visión que consideraba únicamente la rentabilidad era cortoplacista, pero ese prisma ya no es suficiente para observar lo que sucede: el corto plazo implica también, en este momento, inundaciones y otras catástrofes. La flexibilización de las normativas y el negacionismo ambiental, además, desmoralizan a quienes buscan alertar al respecto. Sucedió en Brasil y sucede en Argentina.

En el país vecino, los ruralistas tienen una bancada de legisladores. Se los conoce como “la bancada del buey”. Su misión es, desde que fue conformada, trabajar para destruir la legislación ambiental. Han logrado, durante la administración Bolsonaro, reducir los delitos ambientales, por ejemplo.

¿Qué pasa en Argentina? También se constituyó un “frente legislativo agropecuario”. No es un secreto, sino que la información es fácilmente ubicable en Internet. Lo conforman legisladores del Pro, el peronismo, el radicalismo y La Libertad Avanza. La casta y la grieta no existen.

Eso sí: las personas desterradas por la crisis climática no tienen representación parlamentaria. Esto quiere decir que, además de una ficticia cuestión limítrofe que vuelve a las catástrofes ambientales un asunto trasnacional, también podemos mirarnos en el espejo del vecino país en términos de lobby.

Las inundaciones en Rio Grande do Sul no son únicamente una tragedia que apena: son el símbolo más claro del modelo que, así como nos trajo hasta acá, también irá por más sean cuales sean las consecuencias porque, para ellos, implica ganancias.

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