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Populismo, negacionismo y colapso en curso

Lautaro Peñaflor Zangara

Los populismos, según explica la politóloga María Esperanza Casullo, ofrecen una estructura en la cual existe una narración, un relato. No es ilógico, pero se transmite utilizando géneros más similares a los cuentos literarios que al razonamiento mediante silogismos. Para ello, se ensalza a un héroe o un líder, que se contrapone a un enemigo con el que hay que terminar.

Ningún populismo funciona sin un otro (o unos otros) que quieran escuchar esa verdad. A esta altura, no es conveniente ligar el estilo populista con las izquierdas ni las derechas, pero sí identificar las características con las que se presentan. En este sentido, podemos afirmar que Javier Milei es un populista.

¿Cuál es su enemigo? La casta. ¿Cuál es el peligro que acecha? El comunismo. Así, sin mayor explicación. Esta explicación binaria y simplista de la realidad recala en amplios sectores sociales, por diversos motivos que van desde la compatibilidad ideológica, hasta la decepción y el malestar social o económica.

Existen, de esta manera, varios puntos que se enuncian como parte de ese enemigo, que se formula a través de un continente amplio y capaz de absorber todo aquello que quieran que ingrese. En esta línea, uno de los puntos más preocupantes es el negacionismo respecto al cambio climático.

Con eventos climáticos extremos cada vez más frecuentes en todo el planeta, el desastre se presenta evidente. Negarlo, acelera exponencialmente el proceso de colapso. Milei dijo expresamente que el cambio climático no existe. Hace pocos días, habló del derecho de las empresas a contaminar los ríos, bajo una lógica mercantilista elevada al nivel del absurdo.

Los sectores ultraliberales ven en el ecologismo una especie de posible renacimiento del socialismo por otros medios. Justamente, como son parte del amplio espectro llamado “comunismo”, también integran el enemigo a combatir.

El ecologismo, en tanto, tanto tiene aspectos que repensar respecto a sus estrategias. La exigencia a los Estados de instrumentar políticas públicas al respecto es válida, pero no puede resumir toda la acción: ¿qué pasa con un Estado que no reacciona o, incluso, con una mirada adversa? La posibilidad está latente.

Un ejemplo: en Brasil, los Yanomami sufrieron el ecocidio en carne propia justamente con Jair Bolsonaro en el gobierno. Sucedió con la expansión de la frontera minera, sobre todo con la minería ilegal, que aumentó un 632%. En ese país se habla de etnocidio respecto a ese pueblo.

Regresando a Argentina, la candidata a vicepresidenta de La Libertada Avanza, Victoria Villarruel, le suma la negación de los derechos de los pueblos indígenas, a los cuales también promete combatir. Ya en mayo de 2022 presentó un proyecto para derogar la ley 26.160, de emergencia territorial indígena, que suspende los desalojos, “en contra de las usurpaciones de supuestos pueblos indígenas”.

Nada de esto es inocente: los territorios originarios son lugares codiciados por el capital extractivista, ya sea el litio, el petróleo o el gas. El extractivismo es una lógica que opera, independientemente de la comoditty de la que eventualmente hablemos.

La radicalización del discurso es narrativa, con consecuencias en los hechos que pueden escalar. Como mencioné, el populismo -de estilo irreverente esta vez- ofrece una narración que resulta atractiva por distintos motivos, pero que omite, recorta y miente. Evidentemente, esto no marida muy bien con el colapso en curso. Al contrario, podemos decir que lo acelera.

En esta misma semana, un estudio realizado por vecinos y vecinas autoconvocados coordinados por la Fundación Democracia en Red y el análisis científico a cargo de una investigadora de la Universidad de Río Cuarto, difundió que en la localidad de Lobos uno de cada seis habitantes tiene agrotóxicos en la orina.

(Foto: Marzo de 2023)

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