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No mires arriba

Lautaro Peñaflor Zangara

Estamos transitando un verano bastante cruel climáticamente hablando. Aunque comprendemos que en esta época las temperaturas son más elevadas, la sucesión de largos días con altos registros, superando los 35°, hacen que tengamos que detenernos a pensar las causas y las consecuencias.

A esto debemos sumar que en la anterior semana pasamos de la ola de calor extremo a temperaturas de un dígito, propias del otoño o hasta del invierno. “Qué tiempo loco” ya no es una expresión que podamos emplear para definir lo que antes eran tormentas de verano o fluctuaciones de un clima que podía llegar a variar.

Esta vez, además, lo tuvimos cerca: hubo un incendio forestal en Sierra de la Ventana y a los días nevó en el cerro Tres Picos. Las tormentas están siendo prácticamente una constante, incluyendo fuertes vientos y granizo. En el Lago Epecuén volvimos a ver sulfato… en febrero.

Ya no hace falta prestar atención a que un terremoto dejó miles de muertos en Turquía o que en Tartagal hubo sensaciones térmicas de 50° mientras en Jujuy caía nieve, sino que lentamente el cambio climático comienza a hacer notar sus implicancias en toda latitud, como una mancha que se expande y de la que no podemos escapar.

La película “No mires arriba”, disponible en Netflix, cuenta la historia de un grupo de científicos que descubre que un meteorito impactará pronto sobre la Tierra. A partir de que logran dar a conocer la noticia se generan reacciones divididas: están quienes sostienen que hay que destruirlo antes de que llegue, quienes critican la actitud de alarmismo y también quienes niegan la existencia del objeto del cual, según el relato, existen evidencias.

El título del material filmográfico refiere a una campaña que se inicia en la ficción pidiendo que la gente no mire hacia arriba, como así se pudiese ocultar lo inevitable o como si no ver fuese a modificar el curso se de las cosas.

Evidentemente, si cambiamos el meteorito por el cambio climático las posiciones son similares en el plano de lo real. Existe una porción significativa de personas, y también de actores de poder, que prefieren creer que el desastre ambiental no es tal, que las advertencias son exageradas, que son procesos que ya han sucedido anteriormente, que el humano no tiene nada que ver, etcétera.

Asimismo, si extraemos la parte literal del término “no mirar” también podemos comprender que la metáfora de negarnos a lo que ya está sucediendo es sumamente válida para ese tiempo de cambio climático. De hecho, existe prácticamente consenso científico respecto a la gravedad y la urgencia de la situación.

Claro está, también, que existen diferentes niveles: no es equivalente la postura de una persona sin representación sobre el conjunto que el modo en el que decide actuar un gobierno o alguien que lo integre; ni la forma en la que transitan esta era las grandes empresas contaminantes. Si puede haber cambios, lamentablemente no se logran simplemente con la suma de uno más uno. El individualismo, incluso con buenas intenciones, también es un mal de nuestra época.

A esta altura podemos deducir que la decisión de quienes forman el ecosistema del poder es apropiarse levemente del discurso, pero no pasar a la acción climática. Por el contrario, ya es necesaria la adaptación a temperaturas cada vez más extremas, a períodos de precipitaciones que pueden ser muy intensos, a temporadas de sequía, a fenómenos hasta ahora inusuales. La respuesta es únicamente enmendar las consecuencias y no repensar críticamente de qué formas atacar las causas.

Los impactos del cambio climático están entre nosotros, en tiempo presente. Hablamos de dimensiones que nos reorganizan nuestras vidas y con el tiempo lo harán aún más. Dejaron de ser una distopía del futuro. Además, claramente esos derivados repercuten de manera desigual, con mayor fuerza en los sectores más vulnerables. “No mirar arriba” ya no es una opción.

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