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Lo populista y lo popular

Lautaro Peñaflor Zangara

El resultado de las PASO dejó a Javier Milei como gran ganador. Hay mucho para decir acerca de una figura que, sin una sólida estructura en todo el territorio nacional y por fuera de las dos grandes coaliciones que la coyuntura propone, logró convertirse en pocos años en el epicentro del sistema político argentino.

Lo votaron transversalmente en todo el país, personas de todas las variables demográficas, en una elección que podemos definir como de tres tercios o de cuatro cuartos si tenemos en cuenta el voto en blanco y quienes no asistieron a votar.

Por su estilo brabucón propenso a la intolerancia, su discurso violento y sus ejes programáticos demoledores, no son pocos quienes caracterizan de emocionales o irracionales a sus votantes. En principio, nada es excluyente: seguramente habrá multiplicidad de razones en su resultado. Pero, más allá de eso, el voto a Milei sí es inteligible. Probablemente mucho más que el de sus adversarios.

Las otras dos opciones más votadas son las responsables directas de los últimos dos gobiernos argentinos, bajo ningún punto de vista exitosos. Si tenemos en cuenta que solamente una pequeña porción de la sociedad está sobreinformada y al tanto de los debates políticos/mediáticos, no resulta ilógico que las condiciones materiales de vida tengan peso en la decisión individual.

En una sociedad enmarcada en un contexto global afín, castigada múltiplemente por la crisis, por la pandemia y por presidencias fallidas, el efecto bronca vuelve más ideológico un voto a Bullrich o a Massa, integrantes de esos gobiernos, que un voto a La Libertad Avanza (LLA). Por esa razón, deviene ilusoria la idea que circuló de que hay que explicar algo o brindar contención a esos votantes.

Nada de esto convierte en menos peligroso el plan de gobierno de Milei, así como tampoco es sorprendente el componente “mano dura” de la propuesta libertaria. En la última elección, tres precandidatos que lo formularon con elocuencia acumularon cerca del 60%. Hace tiempo que el sentido común está tomado por visiones supremacistas, que piden palos y balas. Se trata de una agenda que siempre está, solo que es por períodos más o menos visible, y apenas resistida por sectores minoritarios, con muchos matices entre sí.

Además de la bronca y el discurso duro, también muchos primeros votantes eligieron a Javier Milei. La falta de oportunidades para las juventudes y la imposibilidad de trazar un horizonte de prosperidad, en el marco de una creciente reforma laboral y una coyuntura económica que devora los salarios en pesos, vuelven atractivo el consignismo reduccionista que se ofreció, por ejemplo, muy hábilmente en las redes sociales donde LLA se maneja como pez en el agua.

Milei es carismático, es innegable. Esto choca directamente con el exceso de coaching de JxC y la dificultad de encontrar un discurso apropiado en el peronismo. Escucharlo es prácticamente como escuchar a un pastor. Justamente, podemos identificar ciertas notas de teocracia en su entramado y en su estilo.

Con todo esto, evidentemente estamos describiendo a un populista, pero con ideas de derecha. Si tenemos que definir lo que eligieron los votantes de la primera minoría (sumándole el ausentismo y el voto en blanco) el concepto que extraemos es el de reseteo, de búsqueda de algo nuevo que no sea responsable del empeoramiento de la calidad de vida.

Milei representó esa opción, reitero, a fuerza de un discurso excesivamente consignista, que caló en un electorado transversal, en muchos casos cansado, que vive peor que hace algunos años, en general no sobreinformado. La falta de propuestas validadas por la sociedad vuelve convocante su carisma, aunque prometa acciones irrealizables o destructivas para las mayorías.

En el bunker del libertario el 13 de agosto a la noche se cantó “que se vayan todos”, como en 2001. Respecto a aquella crisis el desenlace viene siendo institucionalmente mejor, pero el mensaje es otra vez es el mismo.

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