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¿Litio en la provincia de Buenos Aires?

Lautaro Peñaflor Zangaraa

En las últimas semanas se conoció que el gobierno de la provincia de Buenos Aires iniciará una serie de exploraciones a fin de analizar si en el suelo bonaerense hay litio o lo que se llama “tierras raras”. Fue a través de la resolución 543/23, que rubrica un convenio entre el ministerio de Producción y el SEGMAR (Servicio Geológico Minero Argentino).

¿Dónde buscarán? De la normativa se desprenden taxativamente ciertos lugares y con nominaciones más generales otros. El sistema de Tandilia está apuntado, también habrá exploraciones en torno a la localidad de Barker (Benito Juárez), las lagunas Las Tunas próximas a Trenque Lauquen, Salinas Chicas cercana a Médanos y… se examinarán salinas, depresiones salinas y lagunas salubres de la Provincia.

¿Ingresan Carhué y Epecuén en esta exploración? No lo sabemos. Nuestra salina no está mencionada, pero tampoco podemos afirmar que en asuntos extractivos el acceso a la información pública sea una fortaleza justamente, sino todo lo contrario. Aun así, se configura un doble avance que nos afecta: estratégicamente hacia nuevas formas de extractivismo y territorialmente, hacia tierras donde no sucedía.

La primera etapa que se llevará adelante es de búsqueda. Se llama prospección, y durará unos cuatro meses. Buscan extraer al menos 50 muestras en distintos puntos de la provincia. Los resultados se conocerán en la primera mitad de 2024. El siguiente paso llevará más tiempo e implica delimitar zonas específicas que podrían corresponderse con litio o tierras raras, donde se hacen pozos y se analiza la composición química.

Hablemos de los recursos que se buscarán y sus implicancias ambientales. Las “tierras raras” son un conjunto de quince elementos químicos, empleados entre otras cosas para la producción de energía renovable, así como también smartphones y computadoras.

Durante su explotación y procesamiento, que se realiza a través de voladuras, se generan considerables cantidades de desechos tóxicos, radiactivos, gases y polvos. Una tonelada de estos restos resulta en más de 75.000 litros de agua acidificada. Los producidos del subsuelo, asimismo, incapacitan esa tierra para la producción agrícola y animal. Es decir, el impacto ambiental también devendrá en impacto social.

El caso del litio es más conocido. Su extracción implica una pérdida de agua enorme y un riesgo de salinización del suelo muy patente, amenazando los ecosistemas y los procesos productivos. El riesgo de agotamiento de las reservas de agua dulce también es manifiesto.

Se considera que es más amigable con el ambiente, aunque deberíamos hablar de una lesión no tan extrema como la que genera la minería tradicional. Pese a esto, estamos concediendo que la megaminería sucederá y perpetuando la lógica extractivista.

Quién explota es otro punto interesante. Generalmente se trata de empresa multinacionales, con un rol de arbitraje casi bobo por parte del Estado, que se queda con regalías mínimas… y con todo el impacto ambiental. Aunque planteen que existen controles, lo concreto es que fluctúan entre inexistentes y deficientes: suele ser una exigencia de las empresas.

Si hasta hace algunos meses afirmábamos que algunos temas superan la grieta, hoy debemos decir que también superan la dicotomía que separa entre casta y anti casta. Es el caso del abordaje del desastre ambiental en curso. Colocarse retóricamente en línea con reconocer las implicancias de la catástrofe pero actuar en sentido contrario, es bastante afín al negacionismo. Ya no alcanza con la narrativa ni con el posicionamiento meramente discursivo.

Del negacionismo hasta las posiciones que ofrecen “buenas prácticas” pero todo lo conceden a las corporaciones, la distancia en los hechos resulta bastante escasa ante el imperativo de una lógica extractiva que habilita el saqueo de recursos. Máxime en una situación tan crítica como la presente, que temporalmente ya está aquí y geográficamente, cada vez la vemos más cerca.

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