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“La generación ansiosa”

Lautaro Peñaflor Zangara

Me impacta, aunque no sé si debería, que niños muy pero muy pequeños, casi bebés todavía, actúen por acto reflejo frente a un dispositivo, ya sea un celular, un control remoto u otros. Es como si supieran qué hacer sin que nadie se los haya explicado, como si algo de su configuración genética ya hubiese incorporado los patrones sociales de la digitalidad.

Quizás sea así y yo no lo sé (lejos estoy de ser genetista) pero sí puedo advertir que el cambio civilizatorio en curso viene marcando el ritmo, los hábitos, las formas de socializar y demás aspectos de nuestras existencias. Entonces, quizás, no sea tan alocado pensar que parte del diagnóstico debe ser analizado desde la adultez, antes que desde las infancias.

Volviendo más concreto el quid de la cuestión al que apunto, considero que pasamos demasiado tiempo delante de las pantallas. Parte de ese tiempo es inexcusable, porque nos comunicamos, trabajamos o nos educamos a través de dispositivos; pero otra parte tiene que ver con el ocio y el entretenimiento, que antes ocupaban actividades diferentes. Y también empiezan a aparecer ciertas acciones en las que tomamos el smartphone irreflexivamente, sin pensarlo, sin que medie un proceso racional. Casi como un patrón adictivo.

Intento no ser conservador, en general y en este tema también. Tampoco me parecen conducentes los prohibicionismos. Pero surgen aquí algunas preguntas, propias de aquello que está pasando en este momento, con características de imposición y de proceso indetenible: ¿a qué edad tienen los niños su primer celular? ¿Somos más permisivos en el entretenimiento digital que en el analógico? ¿Qué consecuencias tienen estas exposiciones en la personalidad y las conductas de los niños y adolescentes?

El psicólogo Jonathan Haidt publicó recientemente un libro llamado The Anxious Generation (La generación ansiosa en español). Aunque el libro no fue traducido aún, sí hay disponibles varias reseñas y comentarios sobre el material que aportan al debate en cuestión.

Haidt, norteamericano, plantea que estamos atravesando una epidemia de distintas patologías mentales, que se presentan en gran medida en niños y adolescentes. Lo relaciona (aquí hay una discusión no menor entre correlación o causalidad) con el crecimiento en la exposición a dispositivos móviles.

Postula que se ha pasado de una infancia basada en el juego, a una infancia basada en el smartphone, y que esto inhibe la posibilidad de explorar, probar y equivocarse. Argumenta su tesis con datos que se presentan a partir de 2010 y que muestran un crecimiento de patologías, autolesiones, depresión, condiciones de la personalidad, etcétera.

Propone, entonces, cuatro reglas: que las infancias no accedan libremente a teléfonos celulares antes de la secundaria, que no se utilicen los mismos en las aulas, que no se expongan a las redes sociales antes de los 16 años y que la crianza implique más juego libre.

Algunos cuestionamientos que ha recibido su teoría tienen que ver con otras razones que pueden explicar los datos que presenta como evidencia: mayor incertidumbre financiera, exposición a los efectos del cambio climático, pelea política permanente, noticias negativas en redes sociales, entre otros. No resulta ilógico.

Se trata de un debate abierto del que sí podemos extraer un problema: cómo nos relacionamos en el mundo de la adultez con los dispositivos digitales -que llegaron para quedarse, al menos en principio- y cómo lo están haciendo las infancias, primeras generaciones nacidas en el marco del cambio civilizatorio presente.

La emergencia del debate es manifiesta. En Argentina, notamos un fuerte crecimiento de las apuestas online en adolescentes, por ejemplo. Trazando un esbozo, la crisis económica y la falta de perspectiva a futuro pueden incidir. Pero también las reglas de la digitalidad: es una constante la creación de cuentas apócrifas y con la edad adulterada para poder apostar.

Entonces, trascendiendo la dicotomía entre apocalípticos e integrados que bien supo plantear Umberto Eco, la forma en la que nos vinculamos con la digitalidad es un punto de reflexión muy necesario en esta época, máxime si hablamos de infancias.

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