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En Plaza Huincul murieron tres trabajadores

Lautaro Peñaflor Zangara

Gonzalo Molina, Fernando Jara y Víctor Herrera fallecieron el 22 de septiembre en Plaza Huincul, Neuquén. Sucedió mientras trabajaban en el turno noche de la refinería de petróleo de New American Oil que se encuentra en esa localidad, porque las instalaciones explotaron. Literalmente. Imagino que estamos de acuerdo en que es un hecho aberrante.

Sin embargo, ¿cuántas noticias viste al respecto en los medios de comunicación hegemónicos? ¿Cuántos titulares principales se escribieron en los portales? ¿En qué diarios ocupó un lugar en la primera plana? ¿Cuántos minutos de aire dedicó la televisión a este tema?

Es que la muerte de estos trabajadores, digámoslo sin eufemismos, pega en el corazón del discurso del progreso, de la aparente salvación nacional, de las supuestas oportunidades innumerables que ofrecen las industrias extractivas convencionales en Argentina. Ese enunciado es tan poderoso en términos de intereses, que logra instalar en el sentido común lo indemostrablemente virtuoso y esconder lo escandalosamente trágico.

Un día duró el paro “por tiempo indeterminado” que los trabajadores iniciaron a causa del fallecimiento de sus compañeros, a pesar de que las denuncias por irregularidades en esa misma planta ya habían dado lugar a intimaciones por los mismos motivos que desencadenaron la explosión. Luego, otra vez a producir.

Resulta obvio que este tipo de labores requieren condiciones de seguridad extremas, por las características del trabajo que se realiza. Sin embargo, en 2021 se duplicaron los accidentes ambientales en Vaca Muerta. La mayoría de los casos fueron derrames de petróleo y agua de producción (es decir, con elementos tóxicos) y fuga de gases. Recordemos el derrame de petróleo del que se viralizó una imagen de una pileta pelopincho buscando contenerlo.

Estos datos se basan en cifras oficiales y fueron elaborados por el Observatorio Petrolero Sur. Específicamente, el año pasado ocurrieron 2.049 incidentes contaminantes en la industria hidrocarburífera de Neuquén, hoy en día dominada por la formación no convencional Vaca Muerta. 5,6 accidentes por día. En 2017, por trazar una comparación, eran la mitad. En 2022 seguramente la cifra crecerá.

En Vaca Muerta, como en tantos otros sitios, se utiliza la fractura hidráulica (el famoso “fracking”) que históricamente se denuncia por sus efectos nocivos respecto a los suelos. Evidentemente, al impacto ambiental debemos sumarle las consecuencias sociales y culturales: comunidades diezmadas, resistencias populares que son perseguidas, conflictos entre vecinos y entramados productivos que se ven imposibilitados por la hegemonía de la industria de los hidrocarburos clásicos.

En cuanto a los beneficios económicos, también podemos relativizarlos. Evidentemente, si los trabajadores pagan con su cuerpo, con su salud y hasta con su vida, no hay fortuna que valga. Así y todo, lejos está de ser millonaria la retribución. Más aún si la comparamos con las elevadísimas rentas que las empresas trasnacionales se llevan, dejando aquí los pasivos de todo tipo.

En países fuertemente empobrecidos, como la mayoría de America Latina, el extractivismo se erige como una oportunidad de superar la pobreza estructural de la que buscan usufructuar todos los lados de la grieta. Sin embargo, la ecuación no es favorable para las amplias mayorías, quienes -por el contrario- se exponen a riesgos extremos por la desidia de trasnacionales que privilegian sus rentas, y un Estado que en sus diferentes niveles actúa simplemente como un árbitro concesivo con las empresas.

Esa desidia resulta clarísima en el caso que da inicio a este artículo y queda ratificada a partir de la ausencia prácticamente total de este tema en las agendas política y mediática.

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