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El algoritmo de Yrigoyen

Lautaro Peñaflor Zangara

Un mito en la historia política argentina cuenta que, en su segunda presidencia, a Hipólito Yrigoyen su entorno le hacía llegar un diario especial, que no daba cuenta de la creciente hostilidad respecto a su gobierno: el llamado “diario de Yrigoyen”.

Mucho tiempo la historia quedó como un símbolo de aquellas personas que no ven lo que no quieren ver, o lo que no quieren que vean. Sin embargo, en la era digital es posible que todos creemos cotidianamente nuestros diarios de Yrigoyen.

La circulación de la información por medio de las redes sociales y su configuración algorítmica generan distintas consecuencias respecto a cómo nos aproximamos con la realidad, cómo nos subjetivamos y, dado que vivimos en entornos sociales, también en cómo socializamos.

El llamado “efecto burbuja” es una explicación acerca de alguno de esos puntos: plantea que, en la medida que el algoritmo se va moldeando según nuestro propio pensamiento, terminamos rodeándonos de personas afines a nuestra forma de ver el mundo y reduciendo o hasta eliminando los contrastes.

Otro concepto afín es el de “sesgo de confirmación”: según el mismo, tendemos a consumir aquellas noticias que confirman nuestra cosmovisión. Por el contrario, rechazamos aquello que se contraponga.

Estas características tienen que ver con las sociedades de la información digital y con ellas convivimos, dada la obligatoriedad de la virtualidad, todas las personas: ustedes, yo y Javier Milei también.

El presidente de la Nación, en el día de redacción de este artículo, pasó 3 horas 50 minutos en Twitter, aún faltando bastante para que termine el día y estando él en Estados Unidos. El dato surge de un bot que calcula diariamente el consumo que el libertario hace de esa red social, de la cual, claramente, es un usuario muy activo.

Desde su usuario, realiza autoelogios, comparte mensajes que hablan bien de su gobierno, critica con dureza a quien se le anteponga, emite comunicados, etcétera. Al contrario de la mayoría de los primeros mandatarios, Milei no emplea institucionalmente sus redes sociales: las usa políticamente de una manera muy afín a su personalidad.

Por este empleo auto elogioso de sí mismo, y por las características que mencionamos de la circulación algorítmica de la información, es que empezó a decirse que Javier Milei está expuesto a su propio “algoritmo de Yrigoyen”: así como el mítico diario del ex presidente radical, el libertario también se expone únicamente a noticias que confirman su sesgo. Sin disidencias.

Veamos algo que pasó en los últimos días. En una extensa entrevista que Milei concedió al periodista Alejandro Fantino, con su estilo exagerado y gritón, festejó una supuesta “deflación”. Mientras hablaba con elocuencia, citaban los datos de una cuenta de X llamada “Jumbot”: un supuesto robot que estaba programado para medir el avance de los precios en la cadena de supermercados Jumbo.

En su eufórica participación mediática, el presidente no advirtió (o eligió omitir) que el bot era una parodia. Eran falsos los datos con los que Milei estaba evidenciando una supuesta baja de los precios y ratificando el rumbo de su gobierno. El ministro de Economía, Luis Caputo, hizo exactamente lo mismo.

Lo novedoso del caso, hayan conocido o no la falsedad de los datos del supuesto bot, es que este nuevo registro de la realidad -que incluye el efecto burbuja y el filtro de confirmación, aunque estén sucediendo con noticias falsas como insumo- llegó a lo más alto del Estado, que ya no vela más por la información confiable, por elección o por error.

De hecho, el presidente no hizo ninguna clase de autocrítica respecto a la alusión a datos falsos para confirmar el supuesto éxito de sus medidas de gobierno que el resto no ve. El ministro de economía sí: hizo chistes.

Resta saber cómo impacta en el devenir social del país que el presidente decida informarse mediante su “algoritmo de Yrigoyen”, aunque sea evidentemente a esta altura, para quien quiera verlo, que Milei comparte fake news.

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