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¿Derecha o derechos?

Lautaro Peñaflor Zangara

La disyuntiva entre el reconocimiento de derechos y una opción que implique retrocesos en lo que se consideraba adquirido es una de las estrategias de campaña del peronismo, rumbo a octubre.

Desplegada con mayor o menor torpeza, lo concreto es que sí, por diversos motivos podemos sostener que el tiempo actual es regresivo. El tiempo actual. Aunque puede volverse peor, el punto que debe asimilar el oficialismo es que su gobierno está llegando al final con una profunda desprotección de amplios sectores de la población.

Probablemente ese motivo, junto a la experiencia macrista que también ofrece una candidata, expliquen parte del voto a Milei. Se trata de prácticamente una década de peores condiciones materiales de vida y de regresiones para la población.

Es equívoco plantear que el riesgo de que gane La Libertad Avanza es que se pierdan derechos porque, en lo concreto, muchas personas sienten que eso ya está pasando y no es sólo una percepción. Es, entonces, tiempo de acción política. No de abstracciones que le queden lejanas a la ciudadanía, por más que tengan que ver con su devenir.

En Argentina hemos aceptado que vastos sectores tengan que contar con tres empleos para conformar un sueldo. Que, aún así, hay posibilidades muy concretas de ser pobre. Que el trabajo disponible es precarizado y, a pesar de ello, hay que agradecerlo. Que tenemos que convivir con el malestar porque hay alguna planilla de Excel que tiene que estar prolija.

¿Es una amenaza de futuro la erosión de derechos? Me atrevo a decir que es, más bien, un problema del presente que, sí, puede ser todavía peor. Pero en Argentina creció considerablemente el empleo informal en los últimos años (actualmente implica unos seis millones de puestos) y no se cayó una sola idea, por ejemplo, respecto al monotributo (instrumento formal que cristalizó la mayor parte de esa informalidad).

Hemos decidido, como se dice ahora, “fingir demencia”. Hacer de cuenta que esos trabajadores, con la implicancia fenomenológica que carga su situación, no existen. Pese a ello, día a día nos encontramos más con ese tipo de empleos que con personas con trabajos formales.

La economía de plataformas está entre nosotros y está imponiendo sus reglas, porque se la deja avanzar. Esa omisión de acción, hasta negligente me atrevería a decir, genera huecos irreparables en la sociedad.

Una persona que vive en la pobreza, entre ellos muchos jóvenes, encuentra con mayor facilidad que una billetera virtual -la del famoso unicornio argentino- le presta dinero, mientras que responsabiliza al Estado de su situación, con algo de razón. Aquí se ve claramente una presencia y una ausencia. ¿Qué tan fácil es recuperar ese terreno cedido? ¿Les interesa?

Por supuesto que se trata de la punta de un hilo del cual se puede tirar aún más. Las plataformas políticas con chances de ser aplicadas proponen sólo en el campo laboral, por ejemplo, extender el período de prueba promoviendo más empleos temporales, bajar las indemnizaciones generando mayor permeabilidad para despedir, discutir la ultractividad de los convenios colectivos de trabajo para poder pasarlos por alto una vez vencidos, limitar la actividad sindical, entre otros aspectos.

Al mismo tiempo, ven como un problema que los sectores populares tengan pretensiones de consumo y de bienestar. Plantean que son supuestamente incompatibles con el desarrollo económico. Atan, entonces, la posibilidad de éxito a que e ese bienestar y ese consumo (que hoy no sobra) se terminen. Reitero, me estoy limitando al campo laboral, pero hay mucho más.

Cualquier discusión debe partir de la base de que la situación está lejísimos de ser la ideal. De que el Estado en los últimos años no pudo, no supo o no quiso mejorar las condiciones materiales de vida de las mayorías. Sólo a partir de allí se puede debatir con honestidad cuál puede ser su rol en el capitalismo acelerado de corporaciones.

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