Vilma Lazarte, viajera incansable, afortunada de poder haber recorrido sitios de todo el territorio del país, nos cuenta sobre el lugar patagónico que la enamoró, y al cual eligió volver en varias oportunidades.
“Me considero una persona súper bendecida porque a esta altura de mi vida, prácticamente he recorrido toda la República Argentina -comienza a narrarnos Vilma-, me quedan algunos pequeños lugares pero en su mayoría he logrado, junto con mi compañero de vida, recorrer un montón de lugares”.
“De todos te podría hablar maravillas. Pero te voy a hablar de uno que me quedó muy, muy grabado, a pesar de que fue hace muchísimos años”, sostiene Vilma.
“Creo que la primera vez fue en 1999 o en el 2000, no recuerdo muy bien. El lugar se llama Villa Pehuenia y pertenece a la provincia de Neuquén. De hecho fui tres veces, no recuerdo con exactitud, pero cada 2 o 3 años”, rememora.
“El límite está enclavado en la Cordillera de los Andes. Para mí es un lugar maravilloso, es una aldea de montañas y se destaca por la infinidad de araucarias que la rodean y los lagos Aluminé y Moquehue, siendo este último mi lugar favorito en el mundo”, comparte.
“En los momentos en los que viajé, los caminos eran todos de ripio y, algo extraño que vi, que me llamó mucho la atención, es que a los costados está lleno de rocas volcánicas que son extremadamente livianas, muy, muy livianas”, expresa.
“Mi experiencia en el lugar donde paramos fue única y nunca jamás en mi vida la voy a olvidar. Paramos en una hostería que se llama ‘La Bella Durmiente’, que se encuentra ubicada en Moquehue, a 20 km de Villa Pehuenia”, relata.
“Cuando llegamos, justo era el aniversario de Villa Pehuenia (cosa que no sabíamos) y estaba todo repleto. En aquella época, Villa Pehuenia cumplía sus jóvenes 12 años, así que prácticamente la disfruté desde sus inicios”, recuerda Vilma con nostalgia.
Continúa relatando que “como estaba todo lleno, nos fuimos hacia Moquehue y encontramos esta hostería, ‘La Bella Durmiente’, una hostería atípica. En aquellos años, el alojamiento no tenía luz natural, la energía era producida por unas calderas que se apagaban a las 00 quedando sin luz hasta el otro día”.

“Para bañarte tenías que esperar que encendieran las calderas a la tarde y recién a la tardecita cuando estaba el agua caliente podías tomar un baño, una maravilla”, aprecia Vilma, gustosa de las experiencias sencillas.
“¿Por qué este lugar? -nos interpela- Sin dudas por la gentileza de su propietaria. Cuando llegamos a la hostería estaba todo completo, no tenían lugar, y la dueña, una persona muy amable, nos ofreció su habitación para que pudiéramos pasar la noche ahí hasta el otro día que se retiraba gente y pudiéramos ir a una habitación realmente de la hostería”, recuerda Vilma, apreciando la gentileza de la señora, quien desinteresadamente les ofreció su espacio personal para que pudieran descansar.
“Habíamos viajado mucho, es un viaje largo, creo que 1300 a 1400 km. aproximadamente. Estábamos muy cansados, así que cenamos ahí, nos bañamos y nos acostamos. Todo esto antes de la medianoche, cuando se cortaba la luz”.
“Al día siguiente, tipo 5 de la mañana me desperté y a través de la ventana de la habitación, que tenía una cortina de boal blanca, miré para afuera y ¡no lo podía creer! Estaba el Lago Moquehue, que es un lago maravilloso, con toda esa bruma arriba del amanecer y una paz que con palabras no la podes explicar”, rememora.
“Yo me enamoré de Moquehue -señala-, es más, elegí ese lugar como última morada, quiero que el día que me vaya de este mundo mis cenizas queden a la orilla del Lago Moquehue, que es un lugar fantástico”.

“El lugar tiene mucho para recorrer: muchos lagos cerca y sobre todo ahí en Moquehue, está lo que nosotros conocimos en aquel momento como la base de un volcán que se llama Batea Mahuida”.
“Después, con los años, leyendo en distintas páginas, nos enteramos de que en realidad no fue nunca un volcán, sino una falla geológica que siempre estuvo ahí y que se llena de agua de color turquesa maravilloso; el sitio tiene infinidad de lagos, que ahora no me acuerdo cómo son los nombres, pero están todos muy cerca”, menciona.
“La vegetación es asombrosa, el agua totalmente clara y fría. Es un lugar al cual volvería mil veces si pudiera. Para subir a ver el lecho del supuesto volcán (o de esa falla geológica en realidad) hay que pagar una mínima entrada, administrada por una comunidad Mapuche Puel. Podés dejar el auto abajo y tenés que subir caminando si o si, una maravilla”, señala. Y añade que “la gente es muy amable, muy tranquila”.
En aquellas ocasiones, tuvo la posibilidad de conocer halcones, aguiluchos, caranchos. “Es la fauna que más pude apreciar cuando estuve allí”.
Culminando con su experiencia, Vilma reflexiona y expresa: “He conocido mucho, pero este lugar es el que más me impactó, así que se los quería transmitir. Es un lugar maravilloso, imposible de olvidar”. (Cambio 2000 / Nota Especial Suplemento Fin de Año)