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Un reinicio para el capitalismo

Por Lautaro Peñaflor Zangara

En esta entrega comenzaremos por el final: capitalismo y estado son un par complementario, al menos, para la historia contemporánea. También los últimos meses han avanzado en tal sentido, a partir de la crisis sanitaria.

Es preciso diferenciar la pandemia de coronavirus, de la gestión política del mismo: es en el segundo de los aspectos en el que centraremos nuestro análisis. En ese sentido, la lógica del capital no sólo se adaptó a las nuevas condiciones, sino que aprovechó para potenciar algunos pendientes que venían sucediendo, como la digitalización de la economía y la llamada “cuarta revolución industrial”.

Los estados en general, y en particular el argentino, debieron abocar su potencialidad y sus recursos a hacer frente a la inédita situación por el Covid-19 y su impacto. Mientras, el teletrabajo llegó no sólo como paliativo para enfrentar las cuarentenas sino también como una modalidad laboral, con ciertas características que se quedarán y que, pese a la rápida sanción de una ley, implican precarización y erosión de derechos laborales.

Pero no es el único aspecto que podemos observar. Los incendios forestales en Sudamérica expanden la frontera para las actividades agropecuarias, mineras y urbanas que ratifican el rumbo de un mundo difícil de transitar para la generalidad de las personas, sin implicar ninguna apuesta por un vivir mejor y sin respeto por una biodiversidad que se pierde a pasos agigantados. Incluso el rápido desarrollo de una vacuna sigue esta lógica, ya que podría tratarse de una opción sanitaria transgénica. Como los alimentos que consumimos.

En igual sentido, para el tan mentado regreso de la actividad turística, una de las propuestas es la existencia de un “seguro Covid”, lo cual es sólo un ejemplo del robustecimiento de las prestaciones que se vuelven necesarias para las personas implicando negocios para algunos sectores.

No se trata de cosas que no pasaban antes de la pandemia pero, indudablemente, las corporaciones supieron plantear sus estrategias mientras los gobiernos atajan los penales de una situación sanitaria compleja. Funcionan como tomadores de reglas de juego que, en gran medida, no pueden controlar. “Por cada comercio cerrado se abrió una oportunidad de comercio online”, plantea una publicidad oficial en un extraño ejercicio de optimismo.

Alberto Fernández habló en los últimos días de un “capitalismo amigable”. En una suerte de confesión de parte, expresó que “no hay opción” a tal sistema. Los estados son tomadores de reglas impuestas y, a través de variadas líneas de acciones, las legitiman. ¿Puede el capitalismo ser amigable, cuando implica relaciones de poder cuya lógica es marcada por los números?

El reinicio de un capitalismo que ya excluye, nos enfrenta a una pauperización general de las condiciones de vida. Esto lo vuelve aún más excluyente e implica una cadena de violencias fácilmente perceptibles.

La pandemia -probablemente el acontecimiento con mayor impacto global al menos desde la segunda guerra mundial- nos enfrentó con nuestras contradicciones. Poderes fácticos que logran imponer sus condiciones y sistemas de salud que no dan abasto.

“El capitalismo se adapta”. Es una especie de axioma conocido, que en el presente podemos ver materializarse. Esa adaptación reordena fuerzas y vuelve al mundo más polar. Exacerba la distribución de la riqueza, no sólo en sentido individual sino también colectivo: los puntos de poder y la relación centro-periferia quedan claramente marcados. Latinoamérica fuertemente empobrecida implica un retroceso conservador en términos de hegemonía y los efectos de esos niveles de pobreza recién están asomando. (Nota de opinión para CAMBIO 2000)

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