Por Lautaro Peñaflor Zangara
La discusión cultural acerca de la educación la ganó la oposición. Sucedió a partir de la pandemia, con un oficialismo ocupado al extremo en paliar la situación y las demás fuerzas con mayor disponibilidad de tiempo para la creatividad.
Con consignas acerca de la presencialidad incluso en plenos momentos de pico, recurrentes cuestionamientos al uso de barbijo en entornos escolares y el humor social de su lado, los partidos opositores lograron imponer su agenda. La percepción general, que no afirmaremos ni desmentiremos en este espacio, es que el gobierno descuidó la educación. Esto valió, como ejemplo más concreto, la renuncia del entonces ministro.
En términos de opinión pública, el Frente de Todos necesita mostrarse proactivo en términos educativos. Es entonces que llega una propuesta que no tuvo previo anuncio ni contó con mayores explicaciones: extender una hora la jornada escolar en las escuelas primarias de todo el país.
Como no sólo hay que ser sino también parecer, el actual titular del ministerio en cuestión, Jaime Perczyk, fue el encargado de dar a conocer el performático proyecto. El fundamento: que más horas de clase redundan en mayores aprendizajes y, técnicamente, que la Ley de Educación establece la jornada completa como objetivo, siendo la única meta que no se logró. Esta medida, explicó, va por ese rumbo.
Uno de los problemas es que se percibe improvisación. Los gremios, actores fundamentales, plantearon haberse enterado por los medios de comunicación. Incluso los afines al gobierno. Otro, no menor, es que las familias organizan su tiempo en base al horario escolar y mitad de año sin previo aviso no parece un momento muy oportuno para modificar esas rutinas.
Podemos comprender, incluso acordar, en que la jornada completa es una buena aspiración. Eso no implica que adelantar el ingreso o postergar el egreso de los alumnos y las alumnas en una hora sea la mejor manera de tender a ella. Quizás hubiese resultado más orgánico plantear un plan de trabajo, que incluso abarque pruebas pilotos, con los tiempos establecidos y en instituciones educativas cuya infraestructura sea acorde y en las que el personal brinde su conformidad.
Porque, si pensamos en nuestra provincia, la realidad sigue siendo aquella que el actual gobierno simboliza en Sandra y Rubén, en referencia a la directora y el auxiliar que murieron por una explosión cuando fueron a encender una estufa a la escuela, durante el gobierno anterior.
Aunque hagamos la concesión de que el actual gobierno tiene una actitud de menor desidia en este aspecto, las transformaciones no han sido tan sustanciales. Hay escuelas, incluso a nuestro alrededor, en las que salen los alumnos y alumnas de un turno, para que ingresen quienes siguen, sin mayor margen de tiempo.
Si hablamos del personal, la mayoría de las y los docentes trabaja en dos cargos. Contando únicamente las horas de aula, estarían cumpliendo jornadas de diez horas. Eso sí: Perzcyk aclaró que les pagarían el proporcional por ese extra, vaya deferencia…
Quizás convendría, en tren de jerarquizar la profesión docente, no sólo abonar mejores salarios sino también recuperar la centralidad del proceso pedagógico, siendo que actualmente ocupan múltiples roles que pueden implicar, comprensiblemente, que se descuide lo primordial.
Es bienvenido un debate serio acerca de la aplicación de la jornada completa, incluso respecto a nuestro mismo sistema educativo. También es saludable la actitud proactiva en esta materia. Sin embargo, no hay lugar para improvisaciones básicamente, porque tanto alumnos como docentes son personas y no objetos que podemos amontonar sin mayores previsiones.
Antes que todo lo demás, lo primero que se debe garantizar es mejor infraestructura, salarios acordes y buenas condiciones laborales.