Lautaro Peñaflor Zangara
El mundo se está reconfigurando y, como todos los procesos de este tipo, no existe un punto de inflexión específico en el cual lo anterior dejó o dejará de existir, sino que lo que llega y lo que ya estaba convivirán hasta encontrar cada uno su lugar en la sociedad.
El capitalismo de plataformas, eminentemente virtual, implica digitalidad en las tareas, automatización, avance de la robótica e internacionalización de los servicios, entre otros aspectos.
En simples palabras, esto significa una menor cantidad de empleos disponibles para una Población Económicamente Activa (PEA) que -al menos por ahora- no disminuye y hasta se acrecienta. Otro punto interesante que por hoy dejaremos fuera del análisis tiene que ver con que estos puestos laborales requieren de una formación específica, que excluye a grandes sectores del mercado del trabajo.
La situación, entonces, arroja claramente una tendencia hacia un mayor desempleo y hacia condiciones de trabajo más precarias. Más personas disputándose menos puestos, según la ley de la oferta y la demanda, hace disminuir el tan nombrado “costo” laboral. Es decir, crecen y crecerán las resignaciones en términos de derechos con tal de tener trabajo. Por esa razón, entre otras, quienes apuestan por las reformas laborales pueden pujar.
Existen contracaras, si se quiere, creativas para pensar en un sistema que redistribuya la oferta de trabajo, considerando que en la actual coyuntura es sumamente complicado pensar en formas alternativas al aparato laboral. Algunas de estas propuestas vienen sumando pruebas pilotos y experiencias, aún incipientes, y también algunos riesgos si no se las observa con detenimiento.
Me estoy refiriendo a las propuestas que van por dos caminos: reducir la jornada laboral de ocho a seis horas o plantear una semana laboral de cuatro días con tres de descanso. Países como Japón, Alemania, Francia e Islandia están probando esquemas de este tipo, y también en Argentina se están dando algunos testeos.
Un ejemplo es la empresa Quales Group, de tecnologías de datos, que redujo la carga laboral de sus empleados de 40 a 32 horas semanales manteniendo los niveles salariales para más de 130 personas. Según explicó Judith Irusta, integrante del equipo de Recursos Humanos de Quales, «la medida rige desde agosto con resultados extraordinarios. Mejoramos todos los indicadores. Hoy vemos personas más felices y comprometidas”.
Además, el Congreso de la Nación tiene presentados por lo menos dos proyectos: uno de cada tipo que mencionamos, ingresados por los diputados Claudia Ormaechea y Hugo Yasky, ambos de extracción sindical.
Mientras que el proyecto de ley de la legisladora Claudia Ormaechea propone una jornada máxima de 6 horas y un tope de 36 horas semanales, el texto firmado por Yasky sugiere una semana laboral con un máximo de 8 horas diarias y no más de cuarenta horas semanales. Asimismo, los ministros de Trabajo tanto provincial como nacional se han expresado a favor del debate.
Claro que en tiempos de reconfiguración de las reglas del capitalismo las discusiones de este tipo pueden representar caballos para hacer ingresar a Troya (que, en este caso, no es un territorio precisamente fortalecido) modelos de flexibilización laboral o la reforma en el campo del empleo, tan mentada por algunos sectores.
Pese a que la coyuntura oprime, desde la necesidad de trabajo, a que cualquier regla sea aceptada, para que cualquiera de todas estas alternativas sea virtuosa es estrictamente necesario que no haya reducción de salario ni cesión de derechos laborales adquiridos. Caso contrario, serían una trampa.