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Postpandemia, representación y antipolítica

por Lautaro Peñaflor Zangara

El último informe del Laboratorio de Estudios sobre Democracias y Autoritarismos (LEDA), dependiente de la Universidad Nacional de San Martín, detectó que en la postpandemia se dio un traslado de la grieta en nuestro país.

La grieta, ese artefacto sociológico-político-comunicacional, supo reflejar en términos contemporáneos (y sin incluir la perspectiva histórica, de fundamental relevancia) a la diferencia entre el peronismo, quizás kirchnerista, y las diferentes vertientes que se le opusieron, finalmente amalgamadas en la coalición que llevó a Mauricio Macri a la presidencia en 2015.

El documento estudió el crecimiento de posicionamientos antipolíticos, transcurrida la pandemia, y encontró un desplazamiento en este sentido: ahora la diferencia es entre los políticos y los demás.

Los discursos sobre la ineptitud, la ineficacia o la corrupción respecto a la política no son novedosos. En este espacio hemos hablado de la llamada “crisis de representatividad”, entendida como el conflicto entre la dirigencia que ocupa cargos y aquellas personas a las que dicen representar. Considero, personalmente, que se trata de un fenómeno que es casi sintomático de la democracia occidental. Lo que sí es nuevo es que ahora encontró interlocutores concretos.

En un mundo de guerras que encarecen irracionalmente los precios de los productos básicos, pandemias que se llevan vidas -empezando por las más frágiles- e interceden en nuestras formas de interactuar y crisis ambientales que amenazan permanentemente con desarraigarnos de nuestros sitios seguros, no queda demasiado lugar para el funcionariado de alejarse de la agenda que preocupa a los ciudadanos y las ciudadanas. Sin embargo, parecen esforzarse en marcar una distancia cada vez mayor, a su vez con una mirada cada vez más corta: la próxima elección.

Por esta razón, ante una pandemia que todo lo exacerbó, también podemos ver que los sentimientos de desencanto, bronca, descontento o hasta indignación crecieron profundamente. Es lo que algunas personas llaman “antipolítica”. No obstante, y casi paradójicamente, la gestión política del coronavirus también profundizó el rumbo del capitalismo y del consecuente sistema democrático representativo.

A pesar de que “la política” aparece entre los encuestados como responsable de la falta de trabajo, la precarización, la inflación, la inseguridad, etcétera, las soluciones se buscan entre los mismos actores del sistema. Es por ello que vemos proliferar candidatos outsiders con diferentes improntas (desde el caso de Boric en Chile hasta el ascenso de Milei en la política doméstica).

Los encuestados en el trabajo de LEDA afirman que la persona que estén dispuestos a votar “debe venir de afuera de la política”. A pesar de ello, la crisis de la representación nos lleva a fortalecer propuestas y argumentos que terminan por reproducir lo peor del sistema, aún en nombre de su propia trascendencia. Claro que está bien la irreverencia, pero se anula consigo misma si es conducente hacia un idéntico estado de cosas respecto al que se está cuestionando.

¿Cómo puede funcionar la dinámica de una persona antisistema fluyendo dentro de las instituciones del gobierno burocrático? La afirmación pareciera excluirse en su misma formulación.

Discursivamente, la “antipolítica” está formada por expresiones de odio. Es preocupante no sólo que se constituya como una alternativa concreta de poder, sino también que sus lógicas y mensajes logren instalarse como parte de la discusión pública, invitando a la irracionalidad y la violencia inconducente.

Será misión de la dirigencia estar a la altura de poder evitarlo. Hasta el momento, están más cerca de validar los modos anteriormente mencionados, que de plantear una discusión seria al respecto.

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