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La retórica del “yo”

Lautaro Peñaflor Zangara

El colectivero Daniel Barrientos, chofer de la línea 620, fue asesinado de un disparo. El lamentable hecho generó una protesta de sus compañeros en la que se hizo presente el ministro de Seguridad bonaerense, Sergio Berni, a pesar de que la manifestación no tuvo lugar en su jurisdicción. El funcionario salió de allí habiendo sido golpeado con puños y piedras.

El hecho fue televisado, magnificando todo tipo de explicaciones posteriores: desde críticas de propios y ajenos, hasta interpretaciones ulteriores que hablaban de “infiltrados” o “emboscadas” (nótese la terminología cuasi militar).

Desde allí, todo lo que pasó fue al menos desafortunado. De hecho, Berni hasta comparó la agresión que sufrió con el asesinato de Fernando Báez Sosa desnudando su propia construcción, su metadiscurso e incluso su principal falacia: la permanente retórica del yo. En su micro mundo, él es protagonista absoluto y enfrenta las peores cosas.

No es una novedad que Sergio Berni decide construir a partir de exaltar los rasgos de su personalidad. Devenido en sheriff de una de las provincias más complejas en materia de seguridad, no se detuvo a la hora de ponerse en el centro de cuanto spot para redes se generó desde la cartera que temporalmente ocupa.

Debemos, no obstante, contextualizar lo sucedido. El tiempo actual tiene a la irritabilidad como un componente presente en la generalidad de las personas. Pandemia, confinamiento, pobreza, desigualdad, inflación, precarización laboral, entre otros aspectos materiales de la actualidad, funcionan como fuertes desmotivadores culturales colectivos, a los cuales las personas tendemos a ponerles caras.

¿No debería el ministro, acaso, reflexionar si su presencia en lugar de apaciguar los conflictos en realidad podría alimentarlos? Sergio Berni aborda “el lugar de los hechos” como un territorio escenográfico, en el cual montar su show. Ahora bien, perseguir la cámara -o lograr que la cámara lo persiga- no implica necesariamente generar una presencia significativa. Significa fotos, videos, titulares, mensajes en redes sociales y, razonablemente, esto puede no agradar a quienes sí están padeciendo un acontecimiento vinculado con la seguridad o la carencia de la misma, de la cual él es responsable directo.

El ministro Berni, casi un predicador de la violencia con recursos estatales, fue en este caso sujeto de algo similar a su prédica, aunque seguramente logrará capitalizar su cara golpeada: los tiempos comunicacionales del mensaje en Instagram y la entrevista televisiva no serán suficientes para diseccionar los significantes que implica la fórmula “estar en el lugar de los hechos”.

Sin embargo, debemos advertir que en esos actos de violencia no fue el funcionario bonaerense el único destinatario. Cuando se grita “que se vayan todos”, significa eso: todos. La consigna expresa hartazgo, descreimiento, desmotivación, bronca. Eso incluye a quienes gobiernan, pero también a quienes gobernaron hasta hace poco, también con resultados nada memorables.

Son esas sensaciones las que hacen crecer a distintos exponentes que construyen a partir de ese hastío, como Javier Milei. Podemos aventurar que creció de fenómeno extravagante a opción seria porque se erige a sí mismo como algo diferente, algo exógeno (luego podemos analizar si en los hechos esto es así) y no tanto por su ideario político-económico liberal. De hecho, no son pocos los que le copian el estilo. Parece que hoy en día mide impostar enojo al hablar en televisión.

Seguramente habrá muchas complejidades que podremos analizar acerca de este hecho en concreto. Lo que no podemos soslayar es que la verdadera bronca la tiene cada ciudadano. En contextos como este, no es saludable para nadie tensar la cuerda. En ocasiones, es mejor observar detenidamente y actuar en consecuencia, en lugar de montar un circo para que sea transmitido en directo. En ese caso, quizás se termine por ser el payaso.

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