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Por Lautaro Peñaflor Zangara

El imaginario de la trayectoria de una persona postulaba que primero se terminaba el colegio, luego se estudiaba una carrera. Después se conseguía un trabajo, con más o menos vacaciones, pero pagas. Ese empleo permitía acceder a ciertos bienes, como un auto o una casa, con ayuda crediticia, y finalmente llegaba el retiro, jubilándose de la misma empresa en la que se trabajó toda la vida.

“Postulaba”, en pasado, porque el mercado de trabajo ya mutó y sigue mutando. Aquellas creencias o representaciones acerca de la vida de las generaciones actualmente ya insertas en el mercado de trabajo, son ahora excepcionales.

La propuesta actual implica un mayor nivel de precarización laboral y bajos salarios, que obliga al pluriempleo. La desintegración de aquel modelo en la cara de quienes lo vieron, implica cierta pretensión de acceder a las mismas prestaciones, o más aún, en un mundo de hiperconsumo. Sin embargo, si se multiplica el esfuerzo y se divide el ingreso, las posibilidades empiezan a esfumarse.

Suele plantearse que se “ha perdido la cultura del trabajo”. Un interesante reporte del investigador Paul Fairie, a través de un hilo de X, compila titulares de periódicos que van desde 1894 hasta 2022, todos prácticamente repitiendo de manera casi idéntica esa prédica. No debemos descartar que se trate de una mirada nostálgica del tipo “todo tiempo pasado fue mejor”. En tal caso, estamos frente a una falacia.

Además, si se caen los imaginarios sociales acerca del trabajo, si el esfuerzo no es debidamente recompensado, si se anula la posibilidad de crear condiciones materiales de vida que permitan proyectar y crear futuro a partir del empleo, no debe sorprender tanto que la motivación para cumplir tareas laborales no sea la mayor.

Quizás encontremos aquí parte de la explicación de por qué de repente existe un amplio abanico de propuestas para “ganar dinero fácil”. El menú incluye apuestas legales e ilegales, estafas piramidales y el amplio mundo de la especulación financiera.

El nivel de penetración y generalización de estas opciones llama la atención, aunque encuentran una explicación en la ubicuidad de los teléfonos celulares y la carencia de mayores controles a la hora de usarlos. Por eso es que, por ejemplo, adolescentes y jóvenes encuentran atractivas las apuestas online. Los casos de ludopatía en esa población han aumentado considerablemente.

No vemos, al menos por el momento, acciones de los Estados en sus distintos niveles con la suficiente potencia para encarar estas problemáticas. Personalmente, incluso dudo acerca de la eficacia que la intervención de los mismos pueda tener, en un contexto global corporativo y regresivo. Puede encararse el problema, claro que sí (aunque tampoco se está haciendo de manera seria), pero no puede dejarse de lado que la propuesta de este tiempo es regresiva para las personas y de impotencia para las estructuras públicas.

Es entonces que los espejitos de colores ofrecidos por influencers en redes sociales comienzan a ser atractivos. Desde la celebridad de moda recomendando una casa de apuestas online, hasta el modelo de éxito del trading financiero difundiendo su contenido desde Dubai, están al alcance de prácticamente todos. En la era del amateurismo, en la que todo lo resolvemos mirando tutoriales en YouTube, también “podés hacerte rico” mágicamente. La reacción casi refleja es preguntarse “por qué no”.

El deseo de dinero rápido no llegó por arte de magia: es gestionado, estimulado y poco controlado. La ramificación de esa visión de la vida llega a extremos muy cotidianos: el recreo de la escuela, el amigo de la universidad, el conductor del streaming o el TikToker con el que empatizás. Mientras tanto, no existe quien planifique respuestas positivas para las nuevas generaciones desde una mirada que no sea corporativa o empresarial.

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