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El laberinto de los populismos

Por Lautaro Peñaflor Zangara

Temor al populismo. Peligro de una ola populista. Amenaza de la experiencia populista… La palabra “populismo” genera un sinfín de interpretaciones encontradas y hasta contradictorias. Las contradicciones surgen porque el término se emplea en, al menos, dos sentidos que -a su vez- se cruzan.

Se relaciona el populismo a ciertos gobiernos, principalmente latinoamericanos, que marcaron un fuerte anclaje en las clases populares, al menos desde el punto de vista discursivo, y que promovieron medidas sociales consideradas progresistas.

Existieron dos grandes corrientes: por un lado, el Peronismo en Argentina, el Varguismo en Brasil y el Cardenismo en México; y por otro lado, la experiencia más reciente del Kirchnerismo argentino, el Lulismo brasileño y el Chavismo venezolano de la primera hora.

Pero “populismo” también es otra cosa. Donald Trump erigió su popularidad basado en una campaña populista. También lo hizo, por ejemplo, Marine Le Pen en Francia o Silvio Berlusconi en Italia. Esta faceta, norteamericana y europea principalmente, toma otras características: es homogeneizante, apela a la “mano dura” y excluyente desde el punto de vista social.

¿Qué une, entonces, concepciones que parecen antagonistas? Podríamos decir que los populismos se erigen alrededor de un tipo de liderazgo más carismático que racional. También que se valen de un sector del pueblo que se ve motivado por una discursiva elocuente. Y que siempre crean un “enemigo”, del cual el líder viene a salvar.

Estos enemigos, para el populismo que podemos ubicar más a la izquierda en términos de política clásica, tienen que ver con las capas altas de la sociedad: suelen ser la oligarquía o los poderes económicos concentrados.

Para el populismo que, con el mismo criterio, ubicamos a la derecha, el adversario tiene que ver con las capas bajas: las personas migrantes, la delincuencia relacionada con barrios pobres, o las minorías sexuales. A menudo, y en ambos casos, el “enemigo” también se relaciona con experiencias anteriores, tomando la forma de “no volver a lo anterior”.

Existen también experiencias intermedias que, de acuerdo a la necesidad, generan un híbrido entre ambas. Una herramienta de la que suele valerse Mauricio Macri que, con la misma intensidad, enaltece el discurso antimigrantes y anuncia medidas como las lanzadas recientemente para “reactivar el consumo”, en pleno año electoral.

Los populismos usualmente surgen en contextos de crisis de la representación, en los que las dirigencias y las instituciones no son capaces de empatizar con el pueblo. Asimismo, se dan en un sistema que genera excluidos y desencanto.

En definitiva, lo que llamamos “populismo” es una forma de legitimar experiencias de poder que -apelando a la generación de un relato creíble y a un tipo de liderazgo con características personales- generan cierto magnetismo, capaz de perforar el descreimiento general de las personas.

También debemos destacar que, aunque parezcan fenómenos del pasado, nuestra época es fértil para los populismos pues -considerando el gran volumen de información y su flujo en portales de internet y redes sociales- la discursiva se potencia y tiende a agigantarse. Las llamadas “fakenews”, a las que les dedicamos espacio anteriormente, hacen su juego en este sentido con chances de éxito, buscando la emotividad en los receptores. Un ejemplo es Donald Trump que ganó de esa manera.

En simples palabras, el populismo implica decir -sin fórmulas difíciles de comprender- lo que las personas quieren escuchar. Aunque no sea estrictamente cierto. Aunque no sea conveniente para el conjunto. Aunque genere daño. Y no se relaciona estrictamente con la promoción de políticas populares de aliento a las clases menos favorecidas. (Especial para Cambio 2000)

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