Los Ércoli y una historia sin fin de la mano del arte que, como el ADN, va pasando de padres a hijos.
CARHUÉ (Cambio 2000).- Se dice que hay familias que tienen ADN musical; y los Ércoli, son en nuestro medio, precisamente de aquellos que reafirman esa teoría. La música viene pasando de generación en generación, de padres a hijos, y se ve a simple vista, a través de las fotos viejas de la familia, en un piano en un rincón de la casa, o algún otro instrumento colgando en una pared, para recordar que la música es inevitable cuando se habla de este clan.
Alfredito Ércoli, hoy profesor en los talleres de música locales, e integrante de distintas bandas a lo largo de su vida, cuenta a Cambio 2000 de qué se trata la historia, en un intento de homenajear a los padres que han sabido reafirmar que la música sí es cuestión de sangre.
Cuenta que efectivamente sus primeros roces con la música vinieron de la mano de su padre Alfredo, cuando él y sus hermanos eran pequeños, y aún vivían en la ciudad de Pehuajó. “Mi viejo era bandoneonista, y recuerdo que en las Navidades, pasado el momento del brindis, salíamos con él a dar serenatas por las casas de sus amigos y conocidos. Eso me marcó; me gustaba vivirlo, porque veía que la música era la manera de comunicarnos con los que queríamos, era como un regalo, fiesta y homenaje”.
“Con mis hermanos juntábamos lo que los amigos nos daban, porque la tradición decía que la serenata se agradecía con una botella de sidra o algún dulce navideño; y nos encantaba ser parte de ese ritual en el que la música era protagonista. En lo personal, ese fue precisamente un disparador que hizo que sin darme cuenta abrazara la música, que en casa encarnaba papá”, relata Alfredo.
“Esa naciente inquietud fue alimentándose cuando papá ensaya en casa junto a la orquesta que integraba, llamada Póker de Ases; y en esas reuniones había violines, bandoneones, piano, y era inevitable escucharlos y ya empezar a disfrutar”.
“Con los años llegamos a vivir a Carhué, y obviamente, la música vino con nosotros. Recuerdo que ya en mis tiempos de secundaria me hice amigo de los hermanos Alonso, mellizos, hijos de un ferroviario llamado Pepe Alonso, que ya no viven aquí; ellos tocaban la guitarra y cantaban muy bien, por naturaleza, sin haber estudiado, y estaban muy entusiasmados con la música de Pocho Lo Surdo, que era guitarrista. Con ellos aprendí guitarra, y arranqué a tocar, aunque no tango, como mi viejo, que tocaba el piano y el bandoneón”.
“Los mellizos se fueron rápido de Carhué, primero a Bahía Blanca, y después a Rosario, pero dejaron en mí algo muy importante. Con amigos formamos una banda, pero fue previo a que tuviera educación musical formal, lo que vino con el tiempo”, menciona.
“Recuerdo que en esa época de nuestra adolescencia, en Carhué nadie tenía equipos de sonido, y era Mario Fernández quien nos prestaba los de LU 25; íbamos hasta la radio, y cargábamos al hombro los equipos, que eran enormes, íbamos hasta casa caminando, ensayábamos, y cuando terminábamos, volvíamos a devolverlos. A esa primera banda la integraban los chicos Alonso y yo que en esa época tocaba el bajo”, memora.
“También nos juntábamos con otra banda, porque por ese tiempo no había instrumentos, y nos los prestábamos unos a otros. En esa otra banda, que se llamaba Adrenalina, estaban Peteco Núñez, Mario Núñez, y Julián y Santiago Cariac, con quienes después también toqué. Esos fueron mis comienzos”.
“Después me fui a estudiar al conservatorio así como en la facultad de Bellas Artes de La Plata, que tenía una extensión en Laprida, donde daban la carrera de música popular. En ese momento empecé a tocar tango con mi viejo, y aunque no había incursionado antes en el género, como me gustaba desde siempre, me quedé a tocar junto a él”.

Recuerda que en medio de esa experiencia, “un día decidimos irnos a España juntos a tocar, como parte de una aventura compartida. Y con esa idea, sacamos los pasajes y nos fuimos; era 2007; estuvimos unos meses allá, de gira improvisada, tocábamos en la calle, o donde nos invitaran”.
“El primer destino fue Granada, donde había varios argentinos, como el negro Salvatierra y Susana, que nos recibieron y nos atendieron de una manera increíble, el chico de Pallavicini, en cuya casa estuvimos un buen tiempo, así como estaba Cristina Junquera y su esposo. Estando allí, salíamos a la calle, y como tocábamos horas y horas, nos sirvió mucho. Recorrimos toda la Costa del Sol, Marbella, Fuengirola, Torremolinos, Puerto Banús, y otros lugares, en los que vivimos una experiencia maravillosa, y juntos”, recuerda con felicidad.
“Se trató de una aventura, sin planificación previa, que dejó los mejores resultados. Recuerdo que llegamos a Madrid, miramos el mapa, y ahí decidimos para dónde salíamos. Mientras papá vivió, no olvidó nunca ese tiempo y siempre decía que quería volver. Tampoco yo lo olvido, aunque la vuelta nunca se pudo concretar”, cuenta Alfredito, a quien la vuelta a Carhué ya lo encontró trabajando como profe en la escuela de música.

Pero la historia del legado no se detiene. Su hijo Nahuel es músico, vive en La Plata, donde estudió, también en Bella Artes, y es hoy profesor de la cátedra de Lenguaje Musical. “Él ya se ha presentado en nuestra ciudad, donde llegó a tocar la guitarra con un cuarteto de tango llamado Tangor, en el Ciclo de Música que se lleva a cabo en la Casa de la Cultura. Con él el ciclo empezó a reeditarse, porque Gastón, otro de mis hijos que también concurrió a Bellas Artes, es multi instrumental, y a ellos sí les pegó de lleno el legado de su abuelo, porque se volcaron al tango, al punto que una oportunidad participaron en los Torneos Bonaerenses y tocaron Adiós Nonino, de Astor Piazzolla”.
“Ellos también empezaron con una bandita de amigos, hasta que se fueron profesionalizando; y la vida nos dio la posibilidad de que pudiéramos tocar todos juntos; mi viejo, yo y ellos. Fue durante el evento en que se iluminó Epecuén, y estuvimos en lo que había sido el recreo Bender. Pero más allá de esa oportunidad, cuando el abuelo vivía, siempre tocábamos, sobre todos en las fiestas de fin de año, cuando se armaban tocatas largas”.
“La más chiquita, Oriana también toca el ukelele, el piano, y canta; y sigue formándose en los talleres de música de la mano de Luis Farías, Diego Mayer y Mariela Aristigueta”, cuenta Alfredo.
Por último destaca que “la historia no termina ahí, porque mi nieto Oliverio, hijo de Gastón, a pesar de ser muy chiquitín, ya muestra interés por la música, porque se va criando en un ambiente donde la vive constantemente. Ojalá pueda desarrollarse en ese ámbito, y seguir marcando con música las venideras generaciones de la familia Ércoli”. (Cambio 2000)