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Después del coronavirus

Por Lautaro Peñaflor Zangara

¿Qué pasará una vez que todo vuelva a su ritmo, ya encaminada la situación que atravesamos a raíz de la pandemia de coronavirus? Si bien no está resuelto el horizonte temporal de la enfermedad, los interrogantes comienzan a surgir.

Es que, por la crisis sanitaria, la sociedad se encuentra viviendo en condiciones extraordinarias que pueden implicar barajar y dar de nuevo en algunos sentidos. El principal de ellos se relaciona con el detenimiento general de la economía que impactará en la pobreza y el desempleo. Considerando que estas problemáticas ya aquejaban a gran cantidad de personas, lo que sucederá después no debe dejar de ocuparnos.

Sostener que ante el Covid-19 “somos todos iguales” es, al menos, ingenuo considerando que no todos partimos de la misma base a la hora de enfrentar una cuarentena o una recesión casi total.

No sucede sólo en el plano económico. El despliegue de fuerzas de seguridad, tanto como el extremo cuidado del espacio personal y colectivo, y también la presencia de una autoridad más central y personalista respecto de lo que sucedía antes, nos hacen preguntarnos si esos dispositivos podrán (y querrán) ser desactivados superada la situación.

¿Podemos prever, como algunos creen, el surgimiento de una sociedad con conciencia y valores diferentes?

El virus nos aísla e individualiza, sin provocar en sí mismo algún sentimiento colectivo fuerte o diferente. De sostenerse, la consecuencia será una sociedad más celosa y cerrada, por la proliferación de la idea de que entre nosotros hay enemigos y que es nuestro deber combatirlos.

Es falaz suponer que más estado implique, necesariamente, menos mercado. Los hechos muestran que, en la compleja trama de relaciones de poder, no sólo son compatibles, sino que suelen maridar muy bien.

Reactivar una economía golpeada sólo puede hacerse estimulando a las empresas e industrias, también castigadas, a contratar personas y así comenzar a hacer “girar la rueda”. Es entonces que, probablemente, asistamos a una nueva etapa del capitalismo, renovado y fortalecido, como ha sucedido – por ejemplo- en los períodos de posguerra.

¿Es posible imaginar que después del coronavirus habrá un turismo más amigable con el planeta? ¿O que los derechos laborales cobrarán vigor? Después del coronavirus, miles de personas habrán descubierto el “home office”, que tanto se romantiza en redes sociales en tiempos de cuarentena.

El trabajo domiciliario sirve como ejemplo porque implica una clara situación de flexibilización, caracterizada por la confusión entre el espacio personal y laboral; intersección entre tiempo libre y ocupado; jornadas compartidas con otras tareas domésticas o de cuidado; empleo de bienes personales para fines de trabajo, etcétera. Menos “gastos laborales”. Eso sí: se puede cumplir la jornada en pijama.

Como hemos sostenido en este espacio, los nuevos modelos laborales pretenden la “uberización” de la economía, refiriéndonos al esquema de trabajo “de plataforma” con empleados aislados, cuyas relaciones se parecen más a las informales que a las registradas, en un mundo en el que cada vez hay más habitantes con necesidad de trabajar y menos puestos disponibles.

¿Quién se negaría a tomar lo que se ofrece, luego de una crisis humanitaria, si hay miles de personas esperando lo mismo y la opción alternativa es sumirse en la pobreza? La idea de quien tenemos al lado como competencia, como enemigo ya no en el plano sanitario, sino en el laboral.

Resulta extraño pretender que la reflexión provenga de un virus, porque el virus en sí mismo no puede hacer la revolución, como tampoco es el enemigo. No es más que la excusa para que sucedan cambios relacionados con la dinámica del poder, que esperan agazapados la oportunidad de proliferar. (Nota de opinión para Cambio 2000)

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