Lautaro Peñaflor Zangara
La municipalidad de Bariloche decidió reubicar el monumento a Julio Argentino Roca que se encuentra situado en el Centro Cívico de la localidad. La medida no implica bajar ninguna estatua, sino moverla de lugar hacia otro menos visible.
Las explicaciones oficiales fueron dos: una readecuación funcional del espacio que evite la vandalización que a menudo se realiza del monumento; y que las comunidades originarias se expresaban incómodas por el emplazamiento de Roca, nada menos, en un lugar al que todas las personas deben acudir.
Ninguna de las explicaciones parece “extremadamente ideologizada” ni terrorista. De hecho, si hacemos un ejercicio de honestidad, la estatua no se corre porque hubo un trabajo de revisionismo crítico acerca de cómo se contó la historia. Por el contrario, podemos pensar que el discurso político conservador endurecido sobredimensionó su reacción.
Desde Mauricio Macri hasta Miguel Ángel Pichetto, pasando por el stand up de Franco Rinaldi, se expresaron públicamente en contra de la decisión. Aunque denunciaban algún acto de incomprensible censura, sus manifestaciones rozaron el discurso del exterminio una vez más. Sí, esas mismas personas que después acusan violencia por todos lados.
Los pueblos originarios (y gran parte de la población) ven en Julio Argentino Roca una de las caras visibles de lo que se llamó “Campañas al Desierto”, hecho histórico que por nuestras tierras debería sonar más fuerte y más seguido. Aquella cruzada contra el indio, implicó el primer gran genocidio del naciente Estado argentino, que se erigió blanco y se proclamó racista.
No son pocas las familias que ven en él, y en un puñado de nombres, el responsable militar y político de la muerte de sus seres queridos. También debemos resaltar la intención deliberada de continuar con ese genocidio, a través de distintas modalidades de violencia que oprimen, ocultan y silencian. La argentina blanca, de una minoría autoerigida como “los mejores”, dirigiendo los destinos del resto, subordinados.
Bienvenida es, entonces, la discusión acerca de a quiénes y con qué criterios enaltecemos como próceres. El escritor, periodista y pensador Osvaldo Bayer propuso hace ya muchos años comenzar a reflexionar lo que llamó “desmonumentar a Roca”: pensar por qué honramos a quienes honramos.
Pese a que estamos lejos de hacerlo, y aunque la decisión de trasladar la estatua del Centro Cívico de Bariloche no signifique en absoluto un paso en este sentido, sí este hecho permitió ver cómo la potencia hegemónica despliega su violencia y con qué dispositivos cuenta para hacerlo.
Varias décadas mediante, las comunidades originarias aún sufren el asedio de un Estado Nación que, con matices según la época histórica, no valora su cosmovisión. Que las corre de manera violenta de sus territorios y que las aniquila simbólicamente.
Basta con observar qué sucede en Jujuy, desde donde partió el tercer “Malón de la Paz”, que llegó a Buenos Aires nada menos que el 1° de Agosto, día de la Pachamama, en reclamo por la represión de la que son sujetos por parte del gobierno de Gerardo Morales, premiado con una precandidatura a vicepresidente. ¿Qué diferencias hay entre aquellas topadoras y estas balas de goma? Menos de las que pensamos.
Desmonumentar a Julio Argentino Roca no desmerece lo que algunos entienden como hitos de su carrera militar y política. Implica discutirlos, comprender críticamente que sobran evidencias para mostrar que el país que forjó no fue para todas las personas y que el sesgo estuvo claramente marcado. Ese sesgo aún es muy notorio, sólo que la historia la cuentan los vencedores.