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Del sueño de la casa propia a la pesadilla de alquilar

Lautaro Peñaflor Zangara

El 1° de julio comenzaron a vencer los primeros contratos firmados entre propietarios de viviendas e inquilinos según la nueva Ley de Alquileres. Es cierto: el resultado, en términos de precios de alquileres, no fue bueno. Tan cierto como que, en una situación macroeconómica como la que atraviesa Argentina, ningún precio tiende a la estabilidad ni a la previsibilidad. No resulta correcto hablar de “fracaso de la ley”.

Es, en este contexto, un poco mezquino aquel análisis que busca descargar responsabilidades exclusivamente sobre el texto de una norma. Justamente, una ley es un instrumento que interviene en un marco más amplio. En este caso, la relación asimétrica entre propietarios e inquilinos. Los primeros, cuentan con una vivienda que pueden disponer para rentarla; y los segundos están en situación de necesidad habitacional. En este vínculo, huelga aclarar, hay una parte fuerte y una débil.

Las leyes no hacen magia, clarísimo queda en este caso. Disconformes los propietarios, con poder de mercado, tienen la posibilidad de decidir no alquilar. Menor oferta en un negocio en expansión, es decir, con igual o mayor demanda, genera un incremento de precios. Evidentemente, sin una intervención que tienda a corregir esa asimetría, el “fracaso” parece poder ser decidido por algunos sectores.

La causa, entonces, no es inercialmente “la ley”, sino un conjunto de decisiones y omisiones… Un claro ejemplo de dónde reside el poder. La consecuencia: menos viviendas, alquileres más caros y condiciones cada vez más inalcanzables para rentar. Paradójicamente, la solución que más se escucha por estos días es ratificar y profundizar esa situación asimétrica…

Es innegable que algo tiene que pasar con la ley de alquileres, porque en la situación actual siquiera se sabe cuáles son los artículos que están vigentes. La desprotección es total: se impone el más fuerte. Las inmobiliarias, contratadas por los propietarios, son las que deciden.

Ahora bien ¿qué es lo que incomoda de esta ley, cuyo aparente fracaso se da por descontado? La duración de los contratos pasó de dos a tres años, se redujeron algunos gastos (pocos) para el ingreso a una vivienda alquilada y se estipuló una fórmula para la actualización del importe a pagar que restó discrecionalidad, entre otros aspectos.

Más allá de los ítems técnicos que podemos valorar, la ley hizo emerger a los inquilinos y las inquilinas como sujeto político, interesado en disputar el reconocimiento de sus derechos. Justamente, cuando la disputa se juega en el campo del poder, surgen los conflictos.

Cuando sectores sin poder de mercado deben reclamar, realizan huelgas o protestas. Cuando es la otra parte la que está disconforme, hacen lobby. Intervienen con su influencia. Esto es exactamente lo que pasó. ¿Qué pretenden? Desregular, que en los hechos significa potenciar la situación de debilidad del inquilino ante las inmobiliarias y los propietarios. Cabe destacar que no estamos hablando, justamente, de un pequeño propietario que depende de ese ingreso para vivir.

Probablemente sea propicio negociar un nuevo texto, porque el estado de cosas actual es de absoluto desconocimiento. Para lo que no hay margen, es para la negociación: será una imposición. Del sueño de la casa propia, a la pesadilla de alquilar.

La ley de alquileres fue derogada de facto por la especulación inmobiliaria. Seguramente más temprano que tarde se aprobará una nueva ley, a sabiendas que será regresiva. Me atrevo a decir que la enormísima mayoría de los diputados y senadores de la Nación son propietarios y no, precisamente, de un único bien.

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