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Cuerpos en la pos-pandemia

Por Lautaro Peñaflor Zangara

Que hay espacios capaces de amplificar mensajes resulta una obviedad a esta altura. También que esos mismos soportes contribuyen al fortalecimiento del sentido común, cuya ruptura implica estrategias que no son sencillas de plantear y, menos aún, de hacerlo con éxito.

Es por eso que ciertos temas siempre vuelven, por ejemplo, a la televisión y desde allí se replican. Los juicios de valor sobre las corporalidades gordas forman parte de ese universo.

Al respecto, en las últimas semanas pudimos ver cómo se fetichiza un cuerpo fuera de la norma bailando, cómo una productora de contenidos para adolescentes le sugiere a un presentador televisivo bajar de peso para conducir un programa y también a otro conductor hacer permanentes chistes sobre su peso para simpatizar.

Dentro de todo lo que habrá que analizar en la post pandemia, también tendremos que pensar en las discursivas que circularon respecto a la diversidad corporal: no es menor que las preocupaciones de las personas por el aislamiento estén encabezadas porque probablemente puedan engordar. Tampoco que el sobrepeso sea considerado un factor de riesgo para acceder a la vacunación, no lo suficiente como para que en todos los trabajos eximan a las personas de concurrir presencialmente pero sí tanto para habilitar que cualquier persona desconocida pueda sugerir a otra bajar de peso.

El acceso a la vacunación por sobrepeso es un ejemplo de lo que se llama “patologización”: un cuerpo debe enunciarse a sí mismo como enfermo y adjuntar prueba documental aunque no considere vivir con una patología. En este caso, esto permite acceder a una preciada dosis de alguna vacuna y será válido para quienes consideren que el fin justifica a los medios.

Pero una vez más la hegemonía habrá ratificado su mensaje, que repite incuestionablemente que todo cuerpo gordo está enfermo. Que toda gordura se debe a la ingesta incorrecta de comida. Que toda persona desea ser flaca y estará mejor siéndolo.

En la post pandemia la industria farmacéutica y el dispositivo médico habrán ratificado su hegemonía preexistente y, con ella, la industria de la dieta avanzará en su poder de penetración, junto a las estrategias digitales.

Ya podemos ver cómo personas que ninguna credencial en la materia pueden acreditar recomiendan utilizar un polvo mágico para inhibir los hidratos de carbono y así comer sin culpa. No es más que la versión influencer del vehículo característico de una empresa que en la década de 1990 ofrecía tratamientos para bajar de peso y llevaba la leyenda “anónimos luchadores contra la obesidad”.

Hoy las leyendas son más simpáticas, hasta amigables a los ojos de hoy, pero se sostiene la mirada odiante hacia el cuerpo que no sigue ciertas reglas, junto a la intención de hacer un negocio con la vergüenza que ese mismo rechazo genera en quienes los habitan.

Podríamos decir que los cuerpos gordos ocupan ahora, por ejemplo, espacios en pasarelas, en revistas o en elencos. ¿Qué gordura está representada en esos espacios? ¿Sirve ocupar un lugar en las mismas estructuras si no se profundiza en una transmutación de valores?

Si el mensaje es que la auto-aceptación y el empoderamiento son la solución, estaremos soslayando los distintos niveles de violencia que un cuerpo gordo (incluso empoderado) debe enfrentar cada vez que sale a la calle.

También debemos advertir que podemos estar asistiendo a la construcción de una suerte de “gordura mainstream” pues huelga advertir que no hay aspecto que el sistema no esté listo para apropiar.

Los tiempos de pandemia en muchos aspectos vinieron a ratificar y consolidar miradas conservadoras. La cuestión corporal, aparentemente, es una de ellas. Quizás deberíamos intentar con quitar el peso (sic) de la mirada sobre los cuerpos gordos. (Nota de opinión para Cambio 2000)

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