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Vaca Muerta: desarrollo ¿a qué costo?

Por Lautaro Peñaflor Zangara

La explotación de hidrocarburos en Vaca Muerta fue un anuncio hecho con bombos y platillos. Desde que se difundió, en años del gobierno anterior, que se trabajaría en el yacimiento fue prácticamente indiscutido que ese era el camino que debíamos seguir.

La retórica alrededor del desarrollo invadió el discurso: una prometida lluvia de dólares y contratos millonarios transformaron a Vaca Muerta en nuestra joya energética, aquella que “vendría a salvarnos”.

Cambio de gobierno mediante, la política en materia energética, a grandes rasgos, siguió siendo la misma. Pocas y muy dispersas voces cuestionan algo de todo aquello que implica nuestra “meca del desarrollo” que, es cierto, genera ganancias en moneda extranjera pero también involucra costos de otras naturalezas.

Hace diez días se conoció que en el yacimiento Fortín de Piedra murieron dos operarios. Cristian Baeza, de 34 años, y Maximiliano Zappia, de 24, fallecieron al caer dentro de una pileta de purga que contiene hidrocarburos y agua, no apta para las personas y que funciona con sensores.  Primero cayó el menor de los operarios y luego el más grande, al intentar ayudarlo. No queda claro a la fecha qué hacían en la zona ni quién los envió.

La autopsia revela que las muertes fueron por asfixia por sumersión de hidrocarburos. La pileta en la que cayeron, además, no habría tenido cercas, señalización, cubierta ni vallado. Sustancias altamente tóxicas, maquinarias que pesan toneladas y deficientes condiciones laborales fueron un combo lesivo para los dos jóvenes. Y, al menos, para otras seis personas.

En los últimos catorce meses hubo ocho muertes en Vaca Muerta. César Poo murió de un fuerte golpe realizando maniobras en un pozo. Julio César Sánchez, aplastado por una roca. Daniel Torres por quemaduras en una explosión, al igual que Marcelino Ariel Sasama. A Miguel Ángel Chocala Fernández lo aplastó una llave de 400 kilos y a Mauricio Segura le cayó una válvula en la cabeza desde once metros de altura. Esto, sin hablar de víctimas indirectas ni efectos nocivos, pero no letales.

En febrero el gobierno anunció la firma de una adenda “que permitiría reducir los costos de producción” entre un 30 y un 40%, incluyendo un anexo al Convenio Colectivo de Trabajo. Los expertos aseguran que flexibilizó las condiciones laborales y que ahorró en materias como la misma seguridad de los operarios.

Las consecuencias están a la vista, pero estas noticias no suelen aparecer en los diarios. Ocho muertes en catorce meses y Vaca Muerta sigue siendo la meca del desarrollo. La joya energética. “Nuestra salvación”.

Claro que se trata de un sector con fuerte poder de lobby. Las empresas vinculadas a la explotación de la zona generan una intrincada trama de subcontratos y tercerizaciones que incluye grandes multinacionales y nombres conocidos como Techint o Skanska. Para ellos la industria de los hidrocarburos significa rentas que ni siquiera podemos imaginar. Para el conjunto, las consecuencias.

La discusión, no obstante, no debe quedar reducida a las condiciones laborales. ¿Podemos hablar seriamente de desarrollo, si la destrucción avanza a fuerza de topadoras que arrasan con todo?  Un avance que incluye vidas humanas, especies animales y vegetales, enormes cantidades de agua, poblaciones enteras si es necesario, muchas de ellas de dominio ancestral de Pueblos Originarios. Desarrollo, pero ¿a qué costo?

¿Puede el sistema capitalista pensar más allá de las ganancias? ¿Es capaz de ponderar y poner en la balanza costos que excedan lo estrictamente monetario, como los pasivos ambientales? ¿Vaca Muerta es realmente desarrollo si a su paso arrasa con todo, o simplemente es una inimaginable suma dólares que hacen funcionar una rueda que va a girar sin llegar a ninguna parte hasta que estalle? (Especial para Cambio 2000)

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